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VILLA ARMONÍA
La música de las hadas.

    Había una vez una aldea donde todo era gris y aburrido. Las casas eran pequeñas y negras. Ni el musgo crecía en ellas. No había mariposas, ni pájaros, ni flores.

    Las hadas y los duendes no sabían jugar, bailar o saltar entre la hierba. La mayoría preferían estar solos y tristes.

    El Hada Carlín era un hada que si quería una vida alegre y feliz, pero no la tenía. No sabía qué debía hacer. Era como si le faltara algo. Sus amigas inseparables, las Hadas Aisha, Margarita y Lorelei siempre intentaban mejorar la situación, pero tampoco sabían cómo se hacía eso de ser feliz.

    Aisha era independiente e intuitiva, Margarita fuerte y talentosa y Lorelei cariñosa y generosa. Juntas hacían un buen equipo e intentaban apoyarse mutuamente, pero no sabían nada de nada sobre la diversión.

    Un día los padres de las pequeñas hadas decidieron que ya tenían edad de poder ir a recolectar. Las amigas, emocionadas, fueron volando al bosque a recoger las semillas que les habían pedido.

    Poco antes de terminar, a lo lejos, un hada anciana apareció con una gran sonrisa y les hizo señas con la mano para que la siguieran.

    Las cuatro hadas fueron por un sendero estrecho que había, hasta llegar a un gran árbol que nunca habían visto. Por detrás, en la parte baja del tronco, había un pequeño agujero por el que el hada anciana desapareció. Las hadas intrigadas se metieron también.

    Al entrar, una especie de telaraña les impedía seguir, la saltaron con cuidado y aparecieron por el otro lado del árbol fácilmente, pero al salir, asombradas descubrieron que no estaban en el mismo bosque de siempre. Todo tenía un color diferente, más intenso. A lo lejos, las casas de la aldea eran muy bonitas, cubiertas de flores y setas. Se oía a lo lejos a los gnomos reír.

    Corrieron por el prado que les esperaba al final del bosque, dieron volteretas por la hierba verde y rieron y bailaron con las mariposas. No querían volver. Nunca se lo habían pasado tan bien. Carlín reía sin parar, tenía una sonrisa de oreja a oreja, mientras Margarita, Aisha y Lorelei saltaban y volaban llevadas por el viento.

    Al cabo de un tiempo escucharon una melodía bonita y alegre, un sonido que nunca habían oído. Fueron corriendo para ver de dónde procedía, y vieron a un duende de mediana edad tocando una especie de caja de madera, y a un hada pequeña sacando sonidos de una rama. Era un violín y una flauta, pero entonces ellas no lo sabían.

    Se enamoraron del sonido. Cuando dejaron de tocar, los músicos miraron a las hadas sonrientes y se acercaron a ellas para hablar. Después todos juntos fueron a conocer la aldea.

    La gente cantaba y danzaba. La música lo movía todo. Los duendes y hadas vestían con flores coloridas, silbaban y tatareaban por todos lados. Los pequeños no paraban de jugar. Los mayores también. Todo lo contrario al hogar de las cuatro pequeñas hadas. Estaban tan sorprendidas…

    Después de aprender melodías y canciones, ninguna quería volver a su aburrida vida, pero tenían que regresar a su hogar, a su bosque, así que Carlín tuvo una idea estupenda: llevarse el color a su aldea. Le pidió a algunos duendes que les fabricaran unos instrumentos y ellos lo hicieron con felicidad.

    Lorelei, Aisha y Margarita no sabían que tramaba Carlín pero confiaban en ella y la esperaron en el gran prado.

    Ya había anochecido y seguía sonando música por todas partes. Después de estar esperando mucho tiempo, Carlín llegó al fin con tres pequeñas cajas. Les dio una a cada una para que las abrieran: allí había una flauta, un violín y una guitarra.

    Les explicó qué tenían que hacer al llegar a su aldea, y volvieron a través del agujero del gran árbol. Allí les esperaba la anciana, con su gran sonrisa, que les contó que no todo el mundo puede pasar a través del árbol. Sólo lo conseguían aquellos que lo necesitaban con todas sus fuerzas. Después se despidió de ellas.

    Al llegar al centro de la aldea, las hadas comenzaron a tocar. Tocaron y tocaron sin descansar, una melodía inventada, llena de luz y de magia.

    De pronto todo comenzó a cambiar, las casas se llenaron de bonitos colores, las flores comenzaron a brotar por todas partes y los pájaros comenzaron a llegar, trayendo con ellos sus trinos y cantos.

    Desde aquel día, nadie se aburrió nunca más, y si alguna hada o duende, o gigante o elfo o cualquier otra criatura se siente triste, las hadas llegan con su linda melodía para alegrarles los corazones.

    Desde entonces todo el mundo va a visitarlos.

    Si alguna vez te sientes solo, aburrido o triste, da igual de dónde vengas, sigue el sendero del bosque. Pronto encontrarás un cartel que pone: 
“Bienvenidos a Villa Armonía”
Abril Fermart
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